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Historias míticas de Junín: El partido de la Concordia



Por Rody Moirón
Para La Máquina del Tiempo

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Con la caída del muro de Junín, la ciudadanía de ambos lados se dieron mutua indulgencia y la convivencia comenzó a ser armónica.

Y Heber Edy Volta, el intendente del momento, decidió organizar un evento que fuese como un gran sínodo profano, para festejar la reconciliación.

Varios ediles brindaron sugerencias. Uno propuso hacer un gran juego de dominó a lo largo de la calle Rivadavia, pero ante la posibilidad de que a alguien se le ocurriera doblar por Gandini y la partida terminara allende el barrio El Picaflor, la idea fue desechada.

Otro abogó por juntarse, simplemente, a comer una paella gigante. Pero en la última organizada, en la ciudad, habían cocinado mejillones expuestos a la marea roja y la comilona terminó con ciento cuarenta y cuatro comensales internados y una evacuación desmedida y generalizada. También fue una propuesta desestimada.

Y así pasaron otras: carreras de embolsados, búsquedas del tesoro, carreras de regularidad y kermeses.

-Un partido de fóbal- dijo de repente Walton, un concejal hijo de ingleses.

El fooball estaba mal visto por aquellos tiempos por considerarse un deporte extranjero. Además, los pocos estadios que existían estaban ocupados porque se estaba disputando el Torneo Apertura de Pato, organizado por la APA.

Pero al intendente le pareció una buena idea. “La gente verá que oscurettis y curadores pueden competir sin combatir” dijo, creando una frase que sería célebre.

Rabindranath Piporé, un edil correntino hijo de tibetanos, que hacía una década que vivía en la ciudad, intentó oponerse. Pero las decisiones del intendente eran palabra santa.
Hasta se creó un acrónimo para denominarlo. Se lo llamó “Pacíficos”: Partido Armado Compartiendo Intenciones de Festejar el Inicio de la Convivencia Organizada y Social.

El partido se organizó para el domingo siguiente a la finalización del torneo de pato.

En aquella época Junín tenía menos de sesenta mil habitantes, tenía doce mil. Y aquel domingo estuvieron todos en la cancha.

Durante el cotejo ambas hinchadas compartieron la alegría e, incluso, algunos cánticos como “el que no salta es un ugandés” –equivocando la nacionalidad del ex dictador Haldler-.

Pero en el campo de juego las cosas fueron diferentes. El clima amistoso del cotejo se rompió luego de la primera patada. Y se empezó a poner la pierna cada vez más fuerte.
A los diez minutos del primer tiempo Antonio Bengoechea le mostró la suela al nueve curador, el “Potro” Regio, y le provocó fractura expuesta de tibia y peroné.

El “Bambino” Tetra, de un codazo, le produjo una doble fractura de mandíbula al “Polaco” Abdala.

Juan Amador Profano, el crédito oscuretti, salió lesionado cuando terminaba el primer tiempo, por un doble pisotón del líbero curador, el gordo Délfor Carreta.
Durante el entretiempo, Volta comenzó a preocuparse de que aquella violencia interna se trasladara a las gradas. Pero nada de eso sucedió. Las hinchadas seguían cantando al unísono cosas como “Haldler decime qué se siente…”

El segundo tiempo no fue menos violento, aunque en las tribunas reinaba la armonía.
Pero la cola del diablo se presenta de maneras impredecibles. Tito Yeyuno, un reconocido oscuretti, en medio de su hinchada sintió que le sobrevenían unas premurosas intenciones y se apresuró a ir hacia el baño, encontrando que estaba ocupado.

Con movimientos abigarrados comenzó a intentar mantener la situación. Y luego empezó a ejecutar, con insistencia creciente, un golpeteo de la puerta.

Quien estaba adentro era Nilo Perfirio, un referente curador que reconoció de inmediato que quien pretendía su escaño era su rival político. Entonces sacó un papel del bolsillo y se puso a resolver un sudoku de nivel “muy difícil”.

Yeyuno no aguantó más, su vertiente se abrió paso y se hizo. Y cuando regresó a las gradas y contó lo sucedido a los propios, reunidos en un círculo alejado de él, la indignación fue total.

La hinchada oscuretti acometió contra los curadores provocando una batalla campal.

El intendente, aterrorizado, tomó un carruaje y huyó a Luján.

Después de aquel día el odio mutuo volvió a resurgir en la población. Intentaron reconstruir, con los escombros del anterior, un nuevo muro pero apenas si les salió un tapialito.

La aversión recién terminó difuminándose cuando, dos generaciones más tarde, ya nadie recordaba el partido. 



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