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Historias míticas de Junín: El muro de Junín



Por Rody Moirón
Para La Máquina del Tiempo
Juninhistoria.com

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Los días más aciagos de la ciudad se produjeron con un gobierno que no perteneció ni a los curadores ni a los oscuretti. Y durante los años posteriores a él. Todo comenzó con la asunción de la intendencia de Fito Haldler, un inmigrante de Gabón, que había llegado a América después de que sus padres lo abandonaran en un barco, en el puerto de Libreville.
Haldler había crecido en soledad y se fue cultivando en él un profundo resentimiento hacia el resto de la humanidad. Cuando llegó a Junín instaló una curtiembre de piel de cuises, a la vera del Salado. Más tarde creó una fábrica para realizar con ellos tapados y, por último, una tienda con la que cerró un circuito comercial que lo hizo inmensamente rico.
Quizá haya sido usando su riqueza que logró resultar electo, ya que según algunas crónicas de la época, los comicios no fueron del todo transparentes.
Desde el comienzo de su mandato Haldler comenzó a atentar en contra de la población. Mandaba a colocar grandes escaleras en las veredas céntricas, para que los transeúntes se vieran obligados a pasar por debajo de ellas y pobló la ciudad con gatos negros. También se decía que ordenó la realización de ritos, como sacrificar aves, hacer muñecos de barro y prender velas negras para amedrentar a la oposición.
En otros escritos se mencionan prácticas nigrománticas del secretario de gabinete: Teófilo Makanaki, primo hermano del intendente.
Ya sea por la efectividad de los ritos o porque algunos pobladores comenzaron a sugestionarse con ellos, la ciudad se fue denigrando. Notarios y magistrados terminaban borrachos y dándose golpes en vodeviles ruines, las mojas se transformaba en meretrices, los policías en estraperlistas y los niños delinquían a temprana edad.
En aquel entonces Junín era conocido como la Sodoma del oeste bonaerense.
Tanto los líderes oscuretti como los curadores coincidieron en que la situación era insoportable y comenzaron a promover revueltas contra los partidarios de Haldler. Las mismas resultaron poco contundentes ya que el dinero del intendente había comprado muchas voluntades y sus adeptos estaban fanatizados, por lo que siempre resultaron vencedores.
Pero todo comenzó a cambiar después en una reunión secreta en la Posta de Macucho, en la que las autoridades de ambos grupos se aliaron y planificaron un ataque masivo al que denominaron “Día J”. Y para desorientar a Haldler comenzaron a acumular maniquíes y espantapájaros en Agustín Roca.
El intendente sabía que se planeaba algo grande en su contra pero creyó que el ataque vendría desde la población vecina.
La estrategia aliada dio resultado y un 27 de diciembre lanzaron un ataque masivo. Cientos de botes se hicieron a las aguas de la laguna de Gómez, desde el monte Copello y desembarcaron en la playa de El Quijote. En tierra encontraron miembros de la juventud Haldlerista que estaban festejando el día de la primavera y, en una batalla épica, triunfaron sobre las tropas de Haldler y avanzaron hacia la ciudad.
El desembarco del día J fue un golpe casi mortal para el poder de Haldler. En un último estertor de su gobierno mandó a construir un murallón en el borde de la laguna, y un espigón con un puesto de vigilancia en su extremo, para evitar futuros desembarcos, pero fue demasiado tarde.
Sobre el destino del ex intendente no hay referencias claras. Algunos afirman que, viéndose derrotado, se quitó la vida y otros que se refugió en Chacabuco. Como sea los registros sobre él se pierden luego de aquellos días.
La liberación de la opresión tiránica del gabonés fue el comienzo de otra etapa negra de la ciudad. Los curadores y los oscuretti no se pusieron de acuerdo acerca de quién debía gobernar y las diferencias entre ambos vieron nuevamente la luz. Entonces dividieron la ciudad. Construyeron un enorme muro, a lo largo de lo que hoy es la calle 25 de Mayo y una férrea guardia no permitía que los pobladores de un lado pasasen al otro.
La situación, para la mayoría de la gente, no era incómoda porque cada uno vivía rodeado de los propios. Pero hubo algunos pobladores que se mostraron insatisfechos por sentir que habían quedado del lado equivocado.
Tal es el caso de Esfraín Topónimo, de quien una de sus obras ha llegado a nuestros días. Esfraín fue un oscuretti que había quedado del lado de los curadores. Y su odio hacia ellos fue tan grande que intentó, de numerosas formas, atravesar el muro.
Construyó globos aerostáticos con cueros de vaca lijados, que terminaron cayéndose, rampas para saltar con la bicicleta que cedieron y hasta alas de plumas pegadas con cera que se derretía por el calor del alumbrado público. Después de tantos intentos fracasados se armó de paciencia y se puso a trabajar duro.
Desde el patio de su casa –en calle Jean Jaures entre Italia y Sarmiento- comenzó a cavar un túnel. Tres años le llevó el emprendimiento; no tanto por el esfuerzo de horadar el subsuelo, sino por la dificultad de deshacerse de la tierra que extraía. Para tal fin se metía el polvo en los bolsillos y daba largas caminatas, durante las cuales se iba desprendiendo de su carga, al son de un silbido bajito.
Al culminar la obra realizó el viaje que lo llevaría al otro lado. Pero cuando asomó la cabeza en territorio oscuretti, el muro, por un pacto de unificación que habían firmado las autoridades, estaba siendo derrumbado. Y cayó sobre la humanidad de Topónimo, quien pereció de inmediato.
En homenaje a sus ansias de libertad, el túnel se revistió de material y se lo conservó hasta nuestros días.
Pero ya nadie recuerda a Esfraín.



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